Un estilo de vida equilibrado que incluya un plan de nutrición saludable que consista en una cantidad adecuada de frutas y verduras frescas, nueces y semillas, grasas buenas, proteínas y agua, así como minimizar/eliminar los azúcares refinados, el alcohol y la cafeína, ayudan a garantizar una buena salud y piel sanas. En esa lista no pueden faltar el movimiento y la relajación. Y desde luego el agua!
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Son consejos y sugerencias que hemos escuchado desde la infancia sin embargo nos hemos aferrado al mundo artificial para vivir y mostrar nuestro rostro y cuerpo. Tienes una idea de cuantos químicos hay en cada poción, pomada y/o unguento que te pones en tu piel?
¿Te imaginas a los vendedores de esas ‘legías milagrosas’ en una sociedad donde todos entiendan que: el agua del manatial, del mar, los frutos, el viento y el sol son la cura para tus enfermedades y dan la belleza natural que es en definitiva la verdadera?
A finales del siglo XIX, René Quinton, un investigador francés, descubrió que la composición del agua de mar es muy similar al medio en el que se desenvuelven nuestras células. Es decir, los componentes del agua de mar son muy similares a nuestro plasma (sangre).
Quinton desarrolló una teoría científica sobre la terapia marina, en la que se determina que las enfermedades son, en realidad, una intoxicación del medio interno a nivel celular. Para que las células puedan desarrollar sus funciones correctamente, deben disfrutar de un medio interno equilibrado para evitar que los órganos se deterioren. Y ese medio interno (plasma) es análogo al agua del mar.
Tras desarrollar esta teoría, entre 1910 y 1950 fundaron junto al Doctor Jarricot los «Dispensarios marinos», centros en los que se usaba agua de mar para sanar diversas enfermedades.