Letras:La «tercera España» y una lección para el presente de los iberoamericanos
Cada capítulo ocurrido en el pasado puede ayudarnos a entender mejor el tiempo que vivimos y sirve para mirar el «abc» de los acontecimientos porque hay momentos de ese contexto que se pueden aplicar a realidades en diferente regiones.
Leí el artículo sobre la ‘tercera España’ publicado en The Objective desde este exilio donde creo que habitaré hasta que deje este plano y NO pude dejar de pensar en Cuba y Venezuela.
En todas partes encontramos claves aplicables a la realidad de los cubanos y venezolanos. No necesariamente los acontecimientos se dan igual en los países región. Lo que si puede ser igual es la intencion de razonar sobre ellos y pensar en «lo aplicable» a sus realidades.
¿Qué fue la ‘tercera España’?Cuando se proclamó la Segunda República española en abril de 1931, pocos podían intuir la tragedia que se avecinaba.
En junio de 1962, un variado grupo de españoles se reunió en Múnich para celebrar el IV Congreso del Movimiento Europeo, una organización fundada en 1947 que tenía como objetivo promover la integración europea.
Lo que comenzó como un encuentro político terminó como uno de los hitos de la reconciliación nacional más memorables de las últimas décadas: por primera vez en muchos años una mayoría antifranquista dejaba al margen sus diferencias para apostar por un proyecto en común.
A pesar de que no constituyó una fuerza con capacidad movilizadora de masas ni contó con estructuras formales, la tercera España dejó huella en varias dimensiones.
Por un lado, proporcionó un marco ético alternativo a la confrontación excluyente de la guerra y postuló la coexistencia necesaria de los españoles. Como comentaba socarronamente el escritor Josep Pla, no puede cortarse un queso por la mitad y que una parte sea de bola y la otra de gruyer. Por otro lado, al hacer de la reconciliación un imperativo tras el fratricidio, preparó el terreno para la reforma política. Incubó así los pactos de consenso que cristalizarían en la Constitución de 1978.
Hoy, cuando las sociedades vuelven a experimentar formas de antagonismo extremo, la experiencia de la «tercera España» invita a reconsiderar la viabilidad de un espacio político basado en el diálogo y el reconocimiento mutuo de posiciones antes irreconciliables. Este grupo heterogéneo se unió precisamente en el rechazo al triste fatalismo de las «dos Españas». Aunque nunca se tradujo en un proyecto político, su legado cultural proporcionó un anteproyecto clave para la convivencia plural en los albores de la España democrática.